viernes, 5 de junio de 2015

Y cantó orgulloso a sus mentiras...

En la hora más oscura me sedujo la inspiración que me había de salvar. Qué poco hube de hacer, que sólo requerí de ciega fe para arrojarme entre sus brazos y dejar que extirpara esa temida soledad, cada indicio de amargura de mi mansa existencia. Y qué pronto dejé de sufrir y qué bello el instante que me encontró con las certezas que nadie nunca me supo conceder. Con qué soltura, qué comodidad, tal la facilidad con la que el mar de mis anhelos tomó forma exacta y apartó de mí el recuerdo de mil años tormentosos, repletos ellos de naufragios. Bendito sea eternamente aquel segundo en el que me embarqué en el más breve viaje, trascendente él como ninguno y como todo lo que me dió a conocer. Bendito, pues me llevó más allá de las estrellas y todas las constelaciones y me entregó a la inmensa visión de los límites de un cosmos infinito en el que encontré un principio y un final; pues en el lugar del negro caos que antes me acechaba vi un perfecto orden, una sola verdad, vi el único y real sentido que motiva el nacimiento de una galaxia y el más leve movimiento en el alma de los hombres y sólo entonces supe que yo podía ser feliz. 

Cuánto debo a aquel día. Cuánto a mi terca cobardía. Que siempre me sabré ocultando que en la cima de mi autoengaño conocí la felicidad.

2 comentarios:

  1. Intento adivinar el quién de esta exaltada lírica y tengo demasiados candidatos. Lo más cierto es que cuanto ayuda a vivir, y aún más si lo celebra, es una maravillosa verdad.

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    1. No sé, CrisC, hay ficciones que por maravillosas que sean, ficciones se quedan. Conozco a este quién celebrando su felicidad, sí, pero de fondo la negación, el autoengaño. Y ayuda a vivir, te daré la razón, en tanto que lo facilita.

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