Contaba que de tanto esperar se le paró el tiempo en las narices. Sin suspiros mediadores se detuvo todo en una centrica calle de la ciudad. Y sin embargo eran él y el inmenso abandono que le acompañaba lo único que permanecía quieto. A su alrededor se palpaba el frenetismo aunque nada se moviera y su anhelo de estáticas armonías agonizaba despedazado como las putas en sus esquinas.
Decía entonces que en el mundo de la historia detenida las personas lloran, sangran y se matan, y toman aire a bocanadas y lo echan a carcajadas. Que en el breve instante de los relojes congelados la lucidez se desorbita, y se vuelve punzante y pendenciera contra la piel que habita.
Se estremecía al recordar el segundo más largo de sus más cortos días, pues nada fue lo mismo desde entonces y ahora se sabe eterno en su fútil viaje. Susurra hoy su voz cansada los mil secretos que se gritan cada día y se pierden cada noche y cuenta, cuenta que hay un silencio que ensordece en nuestra vida oscura. Que nadie alcanza a escuchar romperse el delgado hilo que mantiene en vilo la cordura.